El momento dulce de la economía estadounidense

El pasado 30 de enero el US Bureau of Economic Analysis publicó la primera estimación del crecimiento del PIB de EE.UU. de 2019, confirmando que su economía continúa inmersa en el ciclo de expansión más largo desde que se tienen datos registrados, con 11 años encadenados sin entrar en recesión técnica, es decir, sin dos trimestres consecutivos con crecimiento económico negativo.

Esta última década ha sido la primera en expansión continua desde que se registran datos, tras haberse evitado a finales del año pasado la fuerte desaceleración que parecían indicar los malos augurios de la inversión de la curva de rendimientos y de la ralentización de la industria manufacturera por la incertidumbre generada con las negociaciones comerciales de la administración Trump. EE.UU. ha crecido a una tasa del 2,3% en 2019, una expansión sólida cuando la comparamos con otras economías desarrolladas. Alemania, Italia y Japón sufren por crecer y Francia, Reino Unido y Canadá apenas superan una tasa del 1% del PIB. Si tenemos en cuenta la década completa, Reino Unido, Alemania y Francia han crecido en términos reales un 17,9%, un 16,5% y un 12%, respectivamente, frente a un 22,3% de EE.UU. La potencia económica y militar norteamericana incluso recupera peso en la economía mundial, a pesar del apabullante avance en lo que va de siglo de las populosas India y, sobre todo, China. Si en 2011 EE.UU. representaba el 21% del PIB mundial, el FMI estima que en 2019 supondrá el 25%. Mientras, los países de la zona euro en su conjunto han pasado de representar el 18,6% del PIB mundial en 2011 al 15,3% en 2019 y los países de la Unión Europea de representar el 25,1% en 2011 al 21,1% en 2019. Es decir, en lo que va de década se ha producido una evidente divergencia económica entre los dos lados del charco.

Cuarenta y dos trimestres creciendo es un hito extraordinario. Supone un año más que el ciclo expansivo que tuvo lugar bajo la presidencia de Clinton, con las políticas de ortodoxia presupuestaria ejecutadas sucesivamente por los secretarios del Tesoro Lloyd Bentsen, Robert Rubin y Lawrence Summers y la política monetaria al cargo la de Fed de Alan Greenspan, basada en la reducción de tipos de interés de manera preventiva ante el surgimiento de potenciales riesgos (como ocurriera con la crisis de Rusia o el efecto 2000). Sin embargo, mientras en los noventa EE.UU. crecía cerca del 4% anual, ahora el ritmo de crecimiento es más parecido al de sus interminables trenes de mercancías, lento pero continuo, en torno al 2%, independientemente del partido que haya estado en la Casa Blanca.

La administración Obama incrementó el gasto para hacer frente a la crisis económica y llevar a cabo su ambicioso programa social Obamacare y aprobó paquetes legislativos ambiciosos para regular el sector financiero y luchar contra el cambio climático. La administración Trump, en cambio, ha mantenido el impulso fiscal bajando impuestos, principalmente a empresas y familias con mayor renta, y aumentando el gasto en defensa; también ha desmantelado en mayor o menor medida las iniciativas de su predecesor en política financiera, medioambiental y comercial. Nos encontramos ante un ciclo expansivo muy duradero, pero con un crecimiento de la productividad inusualmente bajo debido, por un lado, a la consecuencia natural de un menor crecimiento de la población en edad de trabajar –conforme la generación de los baby boomers va alcanzando la edad de jubilarse– y, por otro, a un relativo menor crecimiento de la productividad del factor trabajo sobre el que no existe un consenso de las causas que lo producen.

Quizá el aspecto más positivo del ciclo actual, tal como destacaba el presidente Trump en su discurso del Estado de la Unión, sea la reducción de la tasa de desempleo al nivel más bajo en cincuenta años, el 3,6%, a la vez que la inflación se mantiene controlada. El nivel es tan sorprendentemente bajo que Jeremy Powell, el actual gobernador de la Reserva Federal, tuvo que admitir en el Congreso ante Alexandria Ocasio-Cortez que se han equivocado sistemáticamente al calcular la tasa natural de desempleo, aquella a partir de la cual empieza a generarse una espiral inflacionista. De algún modo supone reconocer que las cuatro subidas de tipos en 2018, al inicio de la etapa de Powell, fueron muy atrevidas. En su momento pareció tener sentido, ya que, tras la entrada en vigor de la reforma fiscal de la administración Trump, se esperaba que una política expansiva con pleno empleo generase inflación, pero no ha sido así. Parte del equipo de economistas de la Fed anda escudriñando qué ha pasado con la curva de Phillips, si sigue existiendo o si, al contrario, hay que quemarla en una pira junto con los manuales de texto de la política monetaria que hemos estudiado. El mismo Powell afirmaba en la penúltima rueda de prensa del Federal Open Market Committee que esperan que el coeficiente entre empleo y precios esté en mínimos, en torno al 0,5, y que, con la insólita decisión de bajar en 2019 tres veces los tipos de interés en una situación de prácticamente pleno empleo, por fin consigan situar la inflación en torno al objetivo del 2%.

Pero quizá más importante aún que el bajo nivel de desempleo y la baja inflación es que los ingresos se están incrementando en todos los grupos sociales y étnicos, y el número de ciudadanos en situación de pobreza disminuye. Según los datos de ingresos familiares del Census, el porcentaje de familias con ingresos inferiores a los 15.000$ anuales ha pasado del 11,9% en 2011 al 10,2% en 2018, y el porcentaje con ingresos inferiores a los 50.000$ anuales se ha reducido del 45,7% en 2011 al 39,9% en 2018. En 2018 38,1 millones de personas vivían por debajo del umbral de pobreza, número que disminuye por quinto año consecutivo. Aún así, sigue habiendo grandes disparidades entre regiones y una gran desigualdad de la renta. Frente al resto de regiones de los EE.UU., el umbral de la pobreza no se redujo en 2018 en el Sur, situándose 1,8 puntos porcentuales por encima de la media de todos los EE.UU., lo que supone 16,8 millones de personas viviendo con recursos muy limitados. Asimismo, el coeficiente de Gini –índice más extendido para medir la desigualdad en la distribución de la renta familiar– es, tras el año 2017, el segundo más alto en la serie que inicia en 1967. La participación en la renta nacional de la población situada en el quintil superior no ha dejado de crecer desde los noventa mientras que el coste de la educación y la sanidad no han dejado de subir. Esto explicaría por qué más del 80% de los seguidores de dos de los principales candidatos demócratas, Elizabeth Warren y Bernie Sanders, creen que la lucha contra la desigualdad tiene que ser prioritaria en sus respectivos programas políticos.

Creación de empleo y subida de salarios es sinónimo de aumento de renta. Si además añadimos la confianza en la coyuntura económica que reflejan las encuestas de consumidores y el incremento del precio de los activos tras la bajada de tipos, es muy probable que el componente de la demanda que más peso tiene, la demanda de consumo, siga siendo el factor clave para continuar creciendo en 2020. Habrá que ver qué sucede con la demanda de inversión ahora que parece que las disputas comerciales de la administración Trump van a amainar en este año electoral y los acuerdos comerciales con Canadá, China, Japón y México y el muy probable con India establezcan un marco estable donde poder tomar decisiones empresariales. Por ahora, de las encuestas empresariales se induce una futura expansión de la producción manufacturera, que podría conllevar un aumento de la capacidad productiva, y los últimos datos publicados muestran una aceleración en la inversión residencial y una mayor contratación en el sector construcción.

Mientras tanto, la Reserva Federal ha anunciado que este año centrará sus test de stress en el impacto que pudiera tener un aumento de la cartera de impagos de empresas sobre el balance de las entidades financieras. La elevada deuda empresarial es, junto al precio de los mercados bursátiles, los principales riesgos financieros destacados en el último informe del Financial Stability Oversight Council. A su vez, el Congreso debería preocuparse por la evolución insostenible que han tomado las cuentas públicas desde 2017, aunque es muy improbable que este año alcancen algún tipo de acuerdo para controlar el déficit público. El nivel de deuda pública de la administración federal aún no es relativamente alto y el coste que pagan por ella está en mínimos históricos. No obstante, es importante reducir los desequilibrios económicos con el fin de hacer mejor frente al próximo shock negativo que surja porque los ciclos, como su propio nombre indica, son períodos de tiempo que siempre se acaban.

4 comentarios a “El momento dulce de la economía estadounidense

  1. Jose García
    26/02/2020 de 23:36

    Excelente artículo de la situación económica de US.

    • Christian Garma
      25/03/2020 de 21:12

      Gracias

  2. Ricardo González-Santander
    20/03/2020 de 09:34

    Parece que el momento dulce se ha convertido en amargo con el CORONAVIRUS. Hay realidades sociales que están por encima de la ideología de las Teorías Económicas del Capital.

    • Christian Garma
      30/03/2020 de 20:50

      Efectivamente Ricardo, la propagación de la enfermedad va a ser un drama social y económico en EE.UU. No obstante, de nuevo como ya hicieron tras la quiebra de Lehman Brothers, han sabido responder muy rápidamente y aprobar medidas que, aunque imperfectas, harán frente a la crisis sanitaria y darán un respiro a las familias y empresas que van a sufrir con la caída de la actividad. Hablo de ello en una nueva entrada que acabo de publicar en este blog.

      Saludos,

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